Eindhoven nos recibió con lluvia y nos despidió con sol. O
con un nublado moteado de rayos solares. La quinta ciudad en población de
Países Bajos (podría asimilares a Elche, con sus algo más de 200.000
habitantes) no se caracteriza por un monumento singular. No obstante, sí que es
de esas urbes vinculadas a una empresa, como Leverkusen a Bayern. En este caso,
a Philips.
La ciudad fue bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial,
por lo que contemplar su castillo del siglo XVI, por ejemplo, resulta imposible
más allá de la placa que muestra una réplica sin demasiados detalles y lo
describe a grandes rasgos a escasos metros del restaurante que ahora ocupa su
lugar. Como ocurre con la vivienda más antigua de la ciudad o con otras
edificaciones.
En cualquier caso, la urbe da para un paseo por su centro
comercial, por una visita al Marienhagen hotel, instalado sobre la base de una
iglesia, o para entrar en el Philips Stadium, el campo de fútbol del PSV
Eindhoven. Como no había visitas guiadas el día que fuimos, optamos por la
solución más práctica y barata, que consiste en entrar en la cafetería del
estadio.
Se llega a su interior por la puerta cuatro, tras ascender
por unas escaleras y pasar junto a una vidriera con trofeos y uniformes
antiguos del equipo. Desde la cafetería se puede pasar a un rectángulo de
gradas y contemplar, en su interior, el estadio, Luego, ya en el espacio
cubierto del local, puedes tomar algo observando la panorámica futbolera,
aunque sin sufrir el frío ni la lluvia.
Si a Eindhoven llegamos en avión desde Valencia (dos horas y
25 minutos), desde allí nos marchamos a Bruselas en autobús, con la compañía
Flixbus, que hace parada, de camino a París, en la estación norte de la capital
belga.